Facultad de Ciencias
Facultad de Ciencias
Aunque seamos la segunda facultad con más demanda de psicólogos (sólo por detrás de la Facultad de Filosofía y Letras), un tema del que casi no se habla, o más bien se toma por obvio, es la comunidad tan diferente que tiene la Facultad de Ciencias. Una comunidad donde la mayoría de los estudiantes ya han ido a terapia, están medicados, han sufrido (o sufren) de depresión, y la mayor parte del tiempo están disociados: una comunidad neurodivergente.
Al ser un tema demasiado extenso el que quiero abordar, quisiera empezar hablando de mi experiencia personal estudiando en la Facultad de Ciencias, de cómo empecé a dejar de hacer masking y de cómo me di cuenta que posiblemente yo también soy una persona “distinta”.
En esta facultad, plagada de personas con TDAH y autismo, uno sale cansado de las clases después de haberse concentrado intensamente por una o dos horas; si saludas a alguien y no te contesta, no es porque no quiera hablar contigo, sino porque está disociado; uno puede hablar con alguien con total sinceridad, inteligencia, indiscreción y de forma tan directa, sin que la otra persona se lo tome a mal; llegan los estudiantes de la Facultad de Psicología a hacernos entrevistas y a “estudiarnos”; un gran porcentaje del alumnado es parte de la comunidad LGBT+; cada persona se ha obsesionado con un tema y saben una cantidad abismal de datos curiosos acerca de ello; un grupo se puede quedar bajo una tormenta mientras ven una partida intensa de ajedrez; el sistema de terapia psicológica ESPORA está colapsado; aquí, la norma es lo raro, lo diferente: es en donde muchos, por primera vez, dejamos de hacer masking y empezamos a ser nosotros mismos. Esto me ha hecho reconsiderar muchas cosas acerca de mí, de mi psique y de mi autoestima.
Quisiera compartir una anécdota que me pasó de niño, la cual por muchos años pasé por alto, pero que años después vi con más detenimiento: cuando cursaba la primaria, la maestra me estaba preguntando algo, pero yo estaba distraído (o posiblemente disociado), por lo que la profesora me reprendió: “¡Pon atención!”, después agregó: “Ay, Reymundo. Tú siempre estás en la Luna”. No lo comprendí en ese momento. Me dije a mí mismo: “¿Pero cómo voy a estar en la Luna si yo estoy aquí, en la escuela? ¡No tiene sentido!”
Otra anécdota más temprana de mi vida: cuando estaba en el kinder, por orden de mi maestra de segundo año me habían enviado a una escuela de educación especial, porque yo era un niño… distinto. No seguía las indicaciones de los maestros, me salía de los salones y me ocultaba de los demás, metiéndome por debajo de las mesas del salón. Mi educación básica hubiera sido muy distinta si no hubiera sido porque mi papá me sacó de ahí y fue a pelearse con la profesora que me mandó a esa escuela. “¿Cómo carajos piensa que mi hijo es un loco, para que lo mande a una escuela de locos?”
Y sin embargo, el destino me mandó a una.
Durante muchos años crecí desconociendo el autismo y el TDAH. Fue cuando llegué a preparatoria, cuando algunos de mis amigos, después de ser diagnosticados en terapia, decían tener algún trastorno y empezaban a ser medicados por el psiquiatra. Yo no le tomaba tanta importancia, ya que, según yo, era alguien “normal”. Sin embargo, mi círculo de amigos era todo, menos “normal”. Me excusaba de eso, diciendo que sólo me juntaba con gente “interesante”.
Cuando entré a la facultad, todo cambió por completo. Para esto, tengo que hablar de las dos cuestiones psicológicas principales en este texto: la neurotipicidad, que es el funcionamiento neurológico considerado ‘normal’ dentro de la sociedad, y la neurodivergencia, lo que se sale de la norma, un funcionamiento diferente del cerebro, fuera del promedio.
Los neurotípicos son personas que llevan un ritmo de vida usual: llevan sus cosas en orden, buscan un trabajo estable, siguen órdenes, buscan un estilo de vida estándar, ponen atención, entienden las indirectas y los códigos sociales. Mientras que los neurodivergentes son personas que se salen de lo usual. No entienden las indirectas, pueden perder la atención de un momento para otro por pensar al instante en otra cosa (lo que se dice disociarse), o al contrario, concentrarse demasiado en algo por varias horas hasta el punto de perder el sentido del tiempo, dejando incluso de comer o dormir (lo que llaman hiperfoco); ser perfeccionistas en casi todo lo que hagan, dedicarse a áreas que demandan de mucha concentración o sensibilidad (lo cual es algo que también identifica a los estudiantes de arte y teatro); entre muchas otras “anomalías” sociales. Pero la que creo que identifica más a un neurodivergente es el hacer masking frente a los demás.
Tardé muchos años en darme cuenta de que yo lo practicaba. La gente neurodivergente, cuando socializa con las demás personas, normalmente empieza a ser criticada y excluida por tener actitudes diferentes (como hablar fuerte sin darse cuenta, tener reacciones faciales exageradas, ser indiscretos y muy directos al momento de hablar). Para evitar esto se hacen una “máscara” social. Estudian los comportamientos usuales de la gente, las respuestas que dan, el tono de voz con el que hablan, como hay que reaccionar frente a una u otra cosa. De forma que usan esa máscara cuando están en una fiesta, cuando tienen que hablar con alguien que no conocen, con los compañeros de escuela, de trabajo, o incluso con la familia (cosa que tristemente hice durante mucho tiempo). Sólo cuando están en confianza, con los amigos, o en soledad, es cuando se la quitan. Sí, hacer masking tiene sus ventajas sociales, pero no permite ser uno mismo. No permite ser auténtico. Y lo peor de todo es que de tanto llevarla puesta, uno no se da cuenta de quién es el yo que usa la máscara, y quien es el yo verdadero.
Yo me la puse durante mucho tiempo. Hacía tanto esfuerzo para encajar con mi familia y mis compañeros de escuela, que cuando llegaba a mi casa simplemente quería descansar por el agotamiento mental y emocional que me generaba tratar de encajar. Llego a la facultad, y todo cambia. Llego a un verdadero oasis.
Aunque mis compañeros de primer ingreso hacían cosas como reaccionar de forma exagerada, hacer chistes “funables” (hacia los demás o hacia sí mismos), hablar solos, tener tics nerviosos, comerse las uñas por ansiedad o pisar repetidamente el suelo con el pie, también estaban interesados en las cosas que siempre me gustaron y que para el círculo social del que estaba rodeado “demasiado”. Muchos eran músicos, otros gustaban de la literatura y tenían bibliotecas enormes. Otros más sabían datos de nicho que pensaba que sólo yo conocía y la mayoría no veían como algo raro combinar varias disciplinas (algo que me recriminaron por mucho tiempo). Ese interés por las cosas que me gustaban por parte de mis compañeros y esa libertad de dejar de fingir me hizo sentirme liberado y con la confianza de seguir mis sueños y mis metas sin sentirme juzgado, sino apoyado.
Con el paso de los semestres empecé a estudiar mis comportamientos y observar mi pasado con más detenimiento, llegando a la conclusión de que posiblemente sea autista o sufra de TDAH (aunque no puedo especular nada sin antes tener un diagnóstico).
Somos una facultad de gente rara y extravagante que decidieron hacer de su gusto nerd una profesión, que vienen de tener una vida muy jodida, pero que vieron en la ciencia un refugio de la máscara que siempre usaron para sobrevivir . Somos una facultad con estudiantes muy capaces, talentosos e inteligentes, pero que también requiere de comprensión y empatía.
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