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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
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Foto de Axel García/Pexels
Viridiana Pamela Cortés Sánchez

Viridiana Pamela Cortés Sánchez

Escuela Nacional de Estudios Superiores Unidad León (ENES León)

Mi nombre es Pamela Cortés Sánchez, originaria del Estado de México. Soy recién egresada de la carrera en Desarrollo y gestión interculturales. Me apasiona viajar, conocer personas nuevas, siempre he pensando que cada persona es un mundo distinto, y alguien siempre llegará para enseñarte algo nuevo. También me encantan los gatos, son muy curiosos

Los problemas socio-emocionales que dejó la pandemia

Número 6 / AGOSTO - OCTUBRE 2022

Mujer universitaria: ¿cómo afectó la pandemia a mi salud mental?

Viridiana Pamela Cortés Sánchez

Viridiana Pamela Cortés Sánchez

Escuela Nacional de Estudios Superiores Unidad León (ENES León)

El confinamiento por la pandemia del Covid-19 ha traído consigo muchas desgracias y declives. Nos hemos visto afectados a nivel económico, sino también a nivel social y en la salud, esta última no sólo se vio afectada de una forma “física” sino también emocional.

Empezaré presentándome, mi nombre es Pamela Cortés Sánchez, originaria del Estado de México. Soy recién egresada de la licenciatura en Desarrollo y gestión interculturales de la Escuela Nacional de Estudios Superiores Unidad León, UNAM. Solo pude tener dos semestres presencial (primer y sexto semestre), los otros cuatro semestre de mi carrera fueron en línea.

Con este ensayo, redactado en primera persona, busco expresar cómo ha sido sobrellevar mi reciente diagnóstico de Trastorno Depresivo Mayor después del confinamiento por la pandemia de Covid-19. Además como pude darme cuenta por observación participante, la mayoría de mis compañeros generó o agravó una forma de depresión durante la pandemia.

Mi vida antes de pandemia

No puedo decir que mi vida era normal y sencilla antes de la pandemia, como todos, llevaba algunos problemas familiares arrastrando conmigo, sin embargo era llevadero, pues sabía que no todo el día mi mente estaría ocupada en esos pensamientos negativos. El hecho de ver a mis amigos y compañeros dentro de una institución -a la que considero mi lugar seguro- era lo más similar a un antidepresivo; la convivencia con mis profesores, lo aprendido en clase, los debates de ciertos temas, el lenguaje corporal, la duda constante entre mis amigues -hasta de qué comprar en la cafetería-, quejarnos de que no había bicipumas disponibles y ahora teníamos que caminar por todo el campus, entre otras cosas, eran los momentos que más significaron para mi. Esos momentos eran la evidencia de que mi vida universitaria estaba comenzando y sentía que mi “juventud” iba a flote. No puedo afirmar que los días fueron gratos siempre, pero existía esta vía de escape con la que podía huir por un momento de mi realidad y disfrutar de mi vida como Pamela la universitaria.

Mi vida durante el confinamiento por la pandemia de Covid-19.

Era principios del año 2020, cuando ya empezaba a ser muy sonado el tema del nuevo brote de un virus desconocido en Wuhan, China. En su momento ni a mis amigues ni a mí nos preocupaba realmente, teníamos otras preocupaciones como quiénes serían nuestros nuevos maestros y las expectativas que teníamos del segundo semestre. Cuando el primer caso de coronavirus en la República Mexicana fue reportado, mi primera reacción fue pensar en cómo podrían cuidarse mis abuelitos, pues para ese entonces yo me encontraba en León, Guanajuato, por haberme mudado a esa ciudad para entrar a la universidad. Los días pasaron después de aquella primera alerta, poco a poco escuelas comenzaban a sacar comunicados de la suspensión de sus clases hasta nuevo aviso, mis compañeros y yo estábamos con la incertidumbre ¿qué pasaría con nosotros? ¿qué acciones tomaría la universidad? ¿cómo íbamos a estudiar a partir de ahora?

Aún recuerdo la fecha exacta donde la institución educativa a la que pertenezco lanzó el comunicado. Era 20 de marzo del 2020, ese día iba a ser puente -ya que al día siguiente se celebra el natalicio de Benito Juárez-. Cuando el flyer comenzó a difundirse por los grupos de whatsapp de mi grupo, así como el grupo oficial de facebook de la ENES, mi primer pensamiento, sincerandome, fue “¡Que genial! Vamos a tener vacaciones de dos semanas” ya que ese era el tiempo estimado para el regreso a clases.

Pero los días fueron pasando, el auge de los contagios en México era cada vez más alarmante y nosotros como estudiantes no veíamos la fecha para regresar, hasta que un nuevo comunicado se hizo presente en donde se explicaba que, al haber un gran aumento de contagios, asistir de forma presencial a la universidad ya no era viable, dando inicio a las clases en línea.

En un principio todo iba bien, adaptándonos a esta nueva modalidad, incluso pensé que podría ser algo bueno al tener la oportunidad de regresarme con mi familia al Estado de México, pero llego un momento en donde las tareas escolares no parecían tener fin, buscar a cada rato los nuevos links de las reuniones era confuso y tedioso -sumando que distraerme en casa era lo más fácil y frecuente-, bastaba con apagar la cámara para irme a dormir u hacer otras cosas. Aquello no era nada comparado con el estrés que sentía al ver que mi única vía de escape de mi realidad y fuente de ingreso ya no estaban y tenía que quedarme encerrada en casa, con todos los problemas familiares y sin poder tener alguna distracción.

En tiempos de pandemia, de aislamiento, hubo una crisis en la socialización, nosotros los jóvenes no salíamos, no convivimos con los demás por miedo al contagio, nuestra socialización física pasó a una socialización virtual en dónde las redes sociales son exponencialmente peligrosas. Me referiré solo al efecto o influencia que las redes sociales tienen el cuerpo, cada día en facebook podía ver como muchas chicas comenzaban a hacer ejercicio o cuidar su alimentación, cayendo en el estereotipo de “cuerpo perfecto” y ver que mi cuerpo parecía estar creciendo hacía los lados, empezó a generarme mucha ansiedad, me sofocaba, porque yo sabía que en la universidad mantenía una actividad física recurrente y por ende me mantenía en mi peso.

El confinamiento poco a poco fue haciendo estragos en mi vida cotidiana, los ánimos de repente se fueron, las tareas se acumulaban, las ganas de llorar y desertar la carrera por sentirme insuficiente crecían cada vez más. Hubo incluso un momento en el que sufrí un episodio de ansiedad porque se me habían juntado 4 trabajos finales en un día. Recuerdo la desesperación por no saber qué escribir en los ensayos y con la vista cansada por tanto leer; comencé a sentir que se me dificultaba respirar, mis manos temblaban desesperadas, las lágrimas comenzaron a salir sin tener realmente un motivo, comenzaba a entrar en pánico. Luego recordé las palabras de una amiga: “cuando te sientas mal, haz ejercicios de respiración” e inmediatamente comencé a centrarme en mi respiración, al inhalar y exhalar por tiempo prolongado, hasta que empezaba a sentir como me relajaba, sin embargo varios pensamientos suicidas llegaron a mi en ese momento y supe que tenía que buscar atención psicológica.

Siendo franca me daba miedo acercarme a esta ayuda, porque en mi familia es algo que podría considerarse un tabú, además de que un compañero de la universidad me llegó a comentar que el servicio de psicología de la escuela no era el mejor porque solo le dieron vueltas al asunto y jamás sintió que le ayudarán realmente, no investigué más y me concentré en salvar el semestre. Así fui adaptándome a esta nueva modalidad por dos largos años y quisiera decir que mis compañeros me ayudaron mucho en esos momentos, pero la realidad fue que la pandemia nos hizo más individualistas.

Mi vida después del confinamiento por la pandemia de Covid-19.

Cuando anunciaron un regreso a clases escalonado no me sentí tan emocionada como pensé, porque comencé a acostumbrarme a levantarme cinco minutos antes de mis clases, podía viajar de León a México sin tener que preocuparme por asistir a clases presenciales, me había adaptado a esta nueva normalidad. Pese a ello otra parte de mí quería ir a clases presenciales, me repetía a mi misma que debía aprovechar aunque sea mi último semestre en presencial, que muchos no tuvieron la oportunidad de regresar de forma presencial.

No voy a negar que al principio me costó levantarme temprano y arreglarme para irme a la universidad, pero el ver a mi amiga, a mis compañeras de área y a mis profesores era algo que me alegraba volver a hacer. El problema llegó cuando comenzaron a pedir exposiciones, porque estaba tan acostumbrada a hablar desde cuatro paredes y con la cámara apagada que el hecho de pararme frente a muchas personas me causaba ansiedad. Además, me sentía como una alumna de nuevo ingreso, porque se me dificulta crear amigos -cosa que antes de la pandemia no me pasaba-.

La idea de ir con las psicólogas de la escuela seguía en mi mente, hasta que un día me animé gracias a otro amigo que me dijo que no todos tienen el privilegio de acceder a esta ayuda de forma gratuita, que debía aprovechar el hecho de que pertenecía a la UNAM, para pedir cita en psiquiatría si así lo necesitaba.

No tenía nada que perder, así que me animé a pedir una cita con una de las psicólogas de la uni y creo que hasta el momento ha sido una de mis mejores decisiones. Aprendí que la salud mental es algo serio, que no estoy sola en esto, pero desafortunadamente no todos pueden acceder a este servicio.

Un día, cuando salí de una de mis sesiones me encontré con mis compañeros de carrera pero que ya estaban en otra área. Me acerqué a ellos y comenzamos a hablar de trivialidades hasta que uno de ellos tocó el tema de la ansiedad. Me sorprendió la forma tan despreocupada con la que decía que padecía de aquello. Mi compañero me dijo que afortunadamente gracias al seguro por parte de la UNAM él podía ir al psiquiatra sin tener que preocuparse del dinero. En ese momento no pude evitar pensar en uno de mis amigos con depresión severa, él me había comentado hacía algún tiempo que batallaba mucho para comprar los medicamentos o pagar las citas al psiquiatra, es allí dónde me pregunté ¿Por qué si la salud mental es la base para que seamos funcionales en nuestra sociedad, no todos podemos acceder a un psicólogx o psiquiatra? ¿Es acaso la salud mental un privilegio?Con base en mi experiencia y la experiencia de mis demás compañeros y amigos, comencé a pensar en un tema de tesis, el cual ya está en proceso y tiene que ver con la salud mental y las juventudes. Yo estoy segura que la salud mental no debería ser un privilegio, sino un derecho. Me dí cuenta que la pandemia afectó de muchas maneras a la sociedad y que no podemos generar economía si no estamos bien física y emocionalmente. Sería prudente plantearnos la siguiente pregunta ¿cómo jóvenes a dónde queremos llegar después de la pandemia? Vale la pena reflexionar y hacer una introspección para darnos cuenta qué tanto nos afectó el confinamiento de la pandemia, así mismo es válido considerar buscar ayuda psicológica. Como parte de mi tesis de licenciatura, haré conversatorios virtuales y presenciales para conocer y comprender más sobre los conflictos socio-emocionales por la pandemia de COVID 19. Si eres estudiante universitarix y quieres participar, escríbeme un correo a pamvics13@gmail.com

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