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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Luis Carlos Pérez Jaimes/ Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9
Raúl Álvarez Patiño y Natalia Edurne Contreras Viillaseñor

Raúl Álvarez Patiño y Natalia Edurne Contreras Viillaseñor

Facultad de Ciencias y Facultad de Arquitectura

Fin del mundo

Número 8 / ENERO - MARZO 2023

¿Se puede pensar una versión del futuro sin los estereotipos de la industria cultural?

Raúl Álvarez Patiño y Natalia Edurne Contreras Viillaseñor

Raúl Álvarez Patiño y Natalia Edurne Contreras Viillaseñor

Facultad de Ciencias y Facultad de Arquitectura

Es impresionante darse cuenta cómo el cine y la televisión han logrado implantar en el subconsciente colectivo versiones prefabricadas de expectativas sobre el futuro de la humanidad; a tal grado, que resulta casi imposible imaginar futuros que se alejen de los cánones desarrollados previamente por los medios de comunicación masiva.

En general, podemos separar las narrativas futuristas en dos grandes categorías. Por un lado, una en donde el futuro de la sociedad se nos presenta venturoso, escenarios llenos de optimismo en donde la ciencia y los avances tecnológicos permiten a la sociedad expandir las fronteras de la propia biología humana, conquistar mundos distantes, y en algunos casos se nos ofrece el privilegio de ocupar el rol de dioses capaces de crear nuevas formas de inteligencia. La segunda clase de historias son por supuesto los futuros distópicos. En estas tragedias nos convertimos en artífices de la destrucción total o parcial de nuestra propia civilización. Guerras, cataclismos o la ambición por expandir los límites de lo humanamente posible desencadenan escenarios postapocalípticos aparentemente creados para generar conciencia sobre las posibles consecuencias de las decisiones que tomamos en el presente.

Pese a que las dos grandes categorías de futuros descritas brevemente en el párrafo anterior son por definición mutuamente excluyentes, existe un común denominador; las historias presentadas siempre tienen desenlaces favorables para los personajes involucrados. Las victorias de los héroes son por extensión triunfos del espectador y por lo tanto de la humanidad en su conjunto. Esto no es casualidad, desde sus inicios la industria del entretenimiento ha identificado que las historias pesimistas no tienen un impacto positivo y por lo tanto no son bien recibidas por la sociedad. Esta estrategia de comunicación ha sido cuidadosamente diseñada para generar entre la población una falsa sensación de optimismo y seguridad. Al final del día todo saldrá bien, como de costumbre. En este sentido se busca que las audiencias logren diferenciar de manera muy clara las situaciones presentadas en pantalla de las realidades en las que se desenvuelven cotidianamente. El futuro que aparece ante los ojos del espectador representa una posibilidad meramente remota; una fantasía que nunca ha de convertirse en realidad, para bien o para mal.

Sin embargo, hace ya mucho que padecemos un presente mucho más lúgubre y perverso que cualquiera de los futuros distópicos prefabricados por Hollywood. Vivimos alienados, destinados a cumplir las expectativas de un estatus quo que progresivamente va acabando con el planeta y que poco a poco merma el propio espíritu humano. El destino y la vida de las personas se ha reducido a su mínima expresión, convirtiéndonos en agentes de valor para el sistema en tanto a su propia capacidad productiva, y nada más. La enajenación colectiva juega un papel fundamental en todo esto, pues la verdadera naturaleza humana sabe reconocer a la libertad como la única posibilidad de trascendencia. Todo esto revela la verdadera función de las narrativas futuristas presentadas por los medios de comunicación masiva, responsables de administrar en el subconsciente colectivo los narcóticos de la demencia.

Todo esto se enmarca en un momento histórico particularmente singular. En años recientes el paradigma social cambió radicalmente en unas cuantas semanas, transformado por la pandemia de COVID-19 que hoy en día sigue teniendo un impacto significativo en las dinámicas poblacionales alrededor del mundo. Por si esto fuera poco estamos ante la caída de un agonizante capitalismo como sistema económico y de una reconfiguración de fuerzas en el panorama geopolítico.

Todo lo anterior apunta a una sola pregunta; ¿Nos encontramos ante la extinción de la raza humana? Desafortunadamente no, lo cual representa en sí mismo es una tragedia. A lo largo de la historia hemos observado cómo el sistema se adapta continuamente a las realidades emergentes, transformándose y generando con ello nuevas formas de explotación más y más sutiles. ¿Nos fue heredada la extinción? Todo apunta a que la extinción de la especie es más una manifestación de la propia naturaleza humana que una consecuencia derivada de las acciones y omisiones específicas de generaciones anteriores. Por lo tanto, la pregunta correcta es; ¿Cómo identificar y combatir las estrategias de control del sistema?

Muchas personas en algún momento han pensado que el sistema económico, político y social en el que están inmersos es tan poderoso que no es posible derrotarlo, pero, afortunadamente, muchas otras han creído en la posibilidad de construir algo diferente y han luchado por ello. De no ser por la utopía las mujeres no podrían votar, estudiar o trabajar. De no ser por la utopía, no tendríamos acceso a la educación y salud pública. ¡De no ser por la búsqueda de utopías, no tendríamos derechos!

Así, con la mirada puesta en la utopía hemos de lograr construir nuevas y mejores alternativas porque la utopía, sin existir, da forma a lo real. Lo utópico es lo que “todavía no es, pero que debería ser”. Haciendo lo que en nuestro presente es deseable y posible nos aproximamos a una utopía real, aunque nunca de manera absoluta. Por qué no soñar y luchar por una sociedad inclusiva, equitativa, justa, empática y amorosa en la que todas las personas tengan garantizados sus derechos.

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