Facultad de Artes y Diseño
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La cultura mexicana se ha configurado históricamente a partir de una compleja mezcla de elementos indígenas y europeos, siendo la religión católica uno de los pilares más influyentes en la construcción de valores, normas y comportamientos sociales. Esta presencia constante de la fe ha modelado la moralidad colectiva, definiendo no solo lo que se considera correcto o incorrecto, sino también los modos de relacionarse, de organizar la vida comunitaria y de enfrentar problemáticas sociales. Explorar la relación entre la fe y la moralidad en el contexto mexicano permite entender cómo las creencias religiosas influyen en los procesos culturales, políticos y sociales del país.
Desde la época colonial, la evangelización fue un mecanismo clave para establecer un orden moral que, si bien fue impuesto, también fue resignificado por los pueblos originarios. La fe católica se mezcló con creencias prehispánicas, dando lugar a formas sincréticas de religiosidad popular que siguen vivas en la actualidad. Celebraciones como el Día de Muertos, la devoción a la Virgen de Guadalupe o los rituales a santos patronos son ejemplos donde la fe religiosa y las prácticas culturales se entrelazan, generando un sistema de valores que guía la vida cotidiana. Esta mezcla ha sido importante para fortalecer la unión entre las personas; la fe ha enseñado valores como el respeto, la ayuda a los demás, el perdón y la importancia de la familia. En muchas comunidades, las fiestas religiosas no solo son momentos de celebración, sino también de organización y apoyo entre vecinos. La fe ha sido, para muchas personas, un apoyo en momentos difíciles, como la pobreza, la violencia o la enfermedad.
Es importante hablar de la otra cara de esta relación entre fe y moral. Durante mucho tiempo, las normas morales que se han impuesto desde la religión han limitado las decisiones de muchas personas. Se ha juzgado a quienes piensan diferente, a quienes eligen otro tipo de vida o no siguen ciertas reglas tradicionales. Por ejemplo, temas como la libertad sexual, los derechos de las mujeres o la diversidad de género han sido rechazados desde una moral religiosa que no siempre está dispuesta a escuchar o cambiar. Es necesario reflexionar sobre la forma en que se vive la fe y lo que se entiende por moral. No se trata de rechazar las creencias, sino de reconocer que el mundo cambia y que también cambian las preguntas que se hacen sobre lo que está bien o mal. Es valioso cuando la fe se convierte en una herramienta para construir comunidad, apoyar causas justas o acompañar procesos de transformación social, pero también es preocupante cuando se usa para imponer miedo, culpa o silencio.
Hoy, muchas personas (especialmente jóvenes y nuevas generaciones) están buscando nuevas formas de creer y de actuar éticamente. Algunas siguen dentro de la Iglesia; otras, no. Algunas mezclan tradiciones; otras construyen su propio camino espiritual o simplemente deciden vivir desde una ética sin religión. Y todo eso forma parte de una sociedad más libre, donde cada quien puede encontrar sentido sin necesidad de seguir un solo modelo.
De acuerdo con datos del Latinobarómetro 2021, aunque el 78% de la población en México se sigue identificando como católica, solo el 27% de las personas menores de 30 años asisten a misa de forma regular. Este alejamiento institucional no implica una pérdida de espiritualidad, sino una transformación en las formas de ejercerla. Según un estudio del Centro de Investigaciones Sociales Avanzadas (CISAV), los jóvenes mexicanos tienden a combinar referentes religiosos tradicionales con discursos contemporáneos de derechos humanos, ecología, justicia social y búsqueda de bienestar emocional.
Este fenómeno refleja una religiosidad cada vez más personalizada, donde la fe deja de ser impuesta por estructuras jerárquicas y se convierte en una búsqueda individual o colectiva, basada en experiencias afectivas, vínculos comunitarios y compromiso ético. Aparecen así expresiones como el cristianismo decolonial, que cuestiona las lecturas eurocéntricas de la Biblia y reivindica teologías desde los pueblos indígenas y afrodescendientes; los movimientos ecoteológicos, donde comunidades creyentes articulan su espiritualidad con la defensa del medio ambiente; las iglesias cristianas inclusivas, que acogen a personas tradicionalmente excluidas por razones de género u orientación sexual; las redes de acompañamiento espiritual fuera de las instituciones religiosas, como los círculos de mujeres o espacios de sanación colectiva; el arte religioso comunitario, que resignifica los símbolos de la fe en murales, altares urbanos o performances; y también la espiritualidad digital, donde las nuevas generaciones acceden a contenidos devocionales, meditaciones o lecturas bíblicas feministas a través de plataformas sociales. Estas expresiones no solo diversifican el ejercicio de la fe, sino que revelan un deseo creciente por vivir la espiritualidad de manera congruente con los valores de justicia, inclusión, autocuidado y participación activa en los problemas del mundo.
En conclusión, la fe y la moral en México han tenido un papel muy importante a lo largo de la historia. Han sido una guía para muchas personas, pero también han generado conflictos cuando se usan para imponer o excluir. Hoy se tiene la oportunidad de construir una sociedad más justa, donde la fe no sea un límite, sino una fuerza que acompañe los procesos de dignidad, justicia y transformación social. Las nuevas generaciones no están abandonando la espiritualidad: la están reconfigurando. En sus prácticas, creencias y formas de vivir la moral, se vislumbra una religiosidad más abierta, crítica y comprometida con los desafíos de su tiempo.
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Una respuesta
El principio de identidad religiosa fue tambien un principio de identidad politica. Es un principio interesante, gracias por tu articulo que aporta una vision enriquecedora.