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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Nilufer Kayaduman
Ingrid Jovana Trejo Berber

Ingrid Jovana Trejo Berber

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9 Pedro de Alba

Me llamo Jovana, tengo 17 años y recién terminé la preparatoria. Además de las ciencias, me encanta el arte, ya que considero que es el lenguaje del alma y es un medio de expresión para sentirnos más conectados con lo que nos rodea, con los demás y con nosotros mismos. Amo la música y la literatura. .

El amor después del dolor

Número 6 / AGOSTO - OCTUBRE 2022

Es en los periodos de mayor sufrimiento donde surge el poder de la transformación. Pero hay que tener los ojos bien abiertos…

Ingrid Jovana Trejo Berber

Ingrid Jovana Trejo Berber

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9 Pedro de Alba

Yo tenía un ángel de la guarda que cuidaba de mí. Era enorme, debe haber medido por lo menos 2 metros. Tenía una fuerza admirable que me hacía sentir protegida; era también un ser muy amoroso, con un corazón de oro.

Un día íbamos caminando cuando de pronto me soltó. Yo volteé a todos lados, esperando encontrarlo, pero fue inútil. Me asusté muchísimo y desesperada pensé en qué debía hacer, pero lo único que se me ocurrió fue correr. Por eso corrí, muy rápido y sin rumbo, para tratar de dejar el miedo atrás, mirando algunas veces alrededor, deseando que me estuviera siguiendo, pero no; el ángel ya no estaba ahí y yo trataba de entender por qué se había ido.

Seguí corriendo hasta que me caí en un túnel interminable, del que ni siquiera intenté escapar, pues yo sabía que, por más que tratara, me sería imposible salir de ahí. Me lastimé el pecho con la caída, me dolía la cabeza, sentía que no podía respirar y pensé que moriría, pero no fue así; lo único que pasó es que me puse a llorar, como un intento inútil de deshacerme del dolor. Me quedé ahí mucho tiempo, tanto que se me olvidó dónde estaba; el lugar ya no me parecía tan oscuro como antes, ya no tenía tanto miedo y me sentía completamente recuperada, siempre y cuando no me tocara la herida, dado que, si lo hacía, me empezaba a sangrar.

Cuando menos lo esperé, ese ángel vino a buscarme. No supe cómo reaccionar, intenté abrazarlo, pero no pude.

–¿Por qué te fuiste? –pregunté llorando

–¿Me fui? –contestó sin entender la pregunta– ¿De qué hablas? Yo nunca me fui.

–Entonces, ¿por qué no puedo verte? –dije extrañada.

El ángel no pudo evitar sonreír cuando comprendió lo que pasaba. Me miró y se dio cuenta que la herida del pecho se había abierto por completo.

–Ven, siéntate conmigo –dijo mientras daba unas cuantas palmadas a la roca en la que estaba sentada– Te voy a explicar lo que pasó.

Yo obedecí y me dispuse a escuchar para tratar de entender.

–Yo te seguí acompañando –dijo mientras me curaba la herida–. Nunca deje de cuidarte, sólo dejaste de verme, eso es todo. ¿Quién crees que estuvo contigo las noches en que tenías miedo? ¿Quién crees que secó tus lágrimas cuando me extrañabas? ¿Quién crees que, en los peores momentos, te dejó pequeñas sorpresas para alegrarte el día? Fui yo, nunca me alejé. Gabriel García Márquez decía que “Recordar es fácil para el que tiene memoria, olvidar es difícil para quien tiene corazón”, y mientras no me olvides, yo siempre voy a estar contigo.

Tardé un segundo en terminar de analizar lo que me había dicho y me quedé sin palabras, no supe qué decirle.

–Sé que no me olvidaste y yo tampoco lo hice. Te sentiste sola, corriste asustada y te lastimaste, pero ya estoy yo aquí y te prometo que ya no te sentirás así –finalizó su explicación acariciándome una mejilla y sonriendo.

En ese momento dejé de sentir dolor, me miré el pecho y sólo vi una cicatriz.

–La cicatriz se quedará de forma permanente, pero ya no volverá a dolerte. Ahora cierra los ojos.

Cerré los ojos, conté hasta tres y volví a abrirlos. Cuando los abrí ya no estaba encerrada, estaba en un campo verde, donde el viento me pegaba en la cara y las margaritas me acariciaban los pies descalzos. Miré a mi alrededor y vi a varios ángeles; deben haber sido al menos 20 de ellos. Había ángeles muy grandes que platicaban entre ellos y otros más pequeños que pasaban corriendo con una gran sonrisa en el rostro. De pronto escuché una pequeña risa, bajé la mirada para verme los brazos y noté que estaba cargando al más pequeño de ellos. Lo miré por un segundo con ternura y levanté un poco las cejas, lo que hizo que comenzara a reírse, contagiándome una inmensa alegría con cada una de sus carcajadas. Mi ángel de la guarda me había sacado de aquel agujero y me había devuelto la fe en los milagros.

Ahora sé que mi ángel de la guarda siempre está conmigo, me acompaña y me cuida, aunque yo sólo pueda verlo en sueños.

A veces, cuando veo a los ángeles, puedo escuchar en un murmullo un “Te amo” de aquel ángel de la guarda de dos metros.

En memoria de mi ángel de la guarda que me cuida desde el cielo y que me enseñó que los milagros existen.

Dedicado a todos los ángeles que me apoyan en cada paso que doy, al ángel que me inspiró a escribir este cuento y al ángel más pequeño por contagiarme su alegría.

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