En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Crédito: Saúl Nereo De la Mora Elizalde | Facultad de Artes y Diseño
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Abigail Arteaga Meza

Facultad de Filosofía y Letras

Soy Abigail, estudiante de pedagogía. Me gusta ser crítica de fenómenos sociales desde una mirada pedagógica.

Del pensamiento crítico a la sumisión

Número 19 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2025

Implicaciones sociales de las tecnologías que están transformando tu vida

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Abigail Arteaga Meza

Facultad de Filosofía y Letras

El presente escrito busca generar una postura crítica a propósito del impacto de la inteligencia artificial (IA) en nuestra sociedad, considerando tanto su dimensión técnica como sus implicaciones éticas, políticas, culturales y sociales. A través de este análisis, se propone cuestionar las condiciones bajo las cuales se crean, se legitiman y se integran los mecanismos de la IA en nuestra vida cotidiana. 

El ser humano, desde el inicio de los tiempos, ha moldeado la vida natural acorde a sus necesidades, sobre esto, Francisco Rodríguez Valls menciona que: “el ser humano, a diferencia de otros seres, tiene su existencia entre sus manos y es responsable de ella”. Esta capacidad de asumir la responsabilidad de nuestra propia existencia se ha manifestado en la creación y el perfeccionamiento de herramientas y artefactos que, como humanidad, nos han permitido sobrevivir y adaptarnos mejor al mundo.

Sin embargo, ¿qué tanto nos ha beneficiado tener el control sobre las herramientas tecnológicas? Este control para la creación ha sido un arma de doble filo. Basta con mirar al pasado para observar cómo, en múltiples ocasiones, el conocimiento ha sido empleado para diseñar instrumentos de destrucción que han marcado con violencia la historia de nuestra especie. Tampoco hay que ser fatalistas, pues los avances de la ciencia y del saber también se han empleado para el beneficio de la humanidad, como en los campos de la medicina o los medios de comunicación. 

Actualmente no sólo transformamos la naturaleza y creamos desde lo que existe en el mundo material, sino también desde lo intangible de la virtualidad.  Los pasos para lograr esto han sido gigantescos; las antiguas utopías humanas han impulsado un progreso sin precedentes en la historia. El científico norteamericano, Marvin Minsky (1927-2016), alguna vez imaginó una máquina que pudiera ser capaz de mantener una conversación informal, similar a la que se tiene con un amigo o un colega. Hoy, esa idea ya es una realidad. Por su parte, el teórico Herbert Simon (1916-2001) llegó a afirmar que, en las décadas siguientes, las máquinas serían capaces de realizar cualquier actividad que actualmente desempeñan los seres humanos. 

Imaginar tecnología que lograra facilitarnos la vida resultaba un sueño, pero ahora es posible y la conocemos como inteligencia artificial, presente de manera tangible, incluso cotidiana, en nuestros dispositivos móviles. Esto nos plantea nuevas interrogantes: ¿qué tipo de relación establecemos con estas tecnologías?, ¿cómo las utilizamos? y ¿cómo impactan en nuestra realidad? 

El filósofo español José Luis González sostiene que los avances en inteligencia artificial no limitan la realidad, a diferencia de lo que afirman algunos “comentaristas”. Aunque en 2019 la IA no estaba tan presente como lo está hoy, ya se registraban eventos significativos, como la candidatura de un androide a la alcaldía de Tokio en 2018, donde obtuvo el tercer lugar. Por otro lado, también se reportó un caso alarmante en el que un adolescente de 14 años, influenciado por un chatbot y en un contexto de vulnerabilidad emocional, terminó quitándose la vida tras recibir una sugerencia en ese sentido por parte de la IA.

Me refiero a estos dos casos para reflexionar desde dos perspectivas el uso de la IA. Por un lado, se destaca cómo la candidatura a un puesto político puede llegar a ser aceptada por un sector de la sociedad. Por el otro, se revela el riesgo de utilizar estas herramientas para el acompañamiento emocional, especialmente cuando se trata de personas en situaciones vulnerables.

Es fundamental recordar que la IA no posee conciencia. Como lo señala UNAM Global: la IA está diseñada para establecer conversaciones, pero no significa que esta actividad, propia de la especie humana, la realice de manera consciente (2022). Retomando a José Luis González en su reflexión sobre la conciencia: “confundir inteligencia y conciencia no es muy recomendable: toda conciencia ha de tener alguna forma de inteligencia, pero no toda forma de intelección ha de ser forzosamente, y en todo momento, consciente” (2019).

Esto tendría correspondencia con el caso del adolescente en su interacción con la IA, donde, aparentemente, se generó un estrecho vínculo emocional que incluso podría confundirse con un vínculo humano. Menciono este ejemplo porque, el hecho de que sea un caso particular, no significa que debe ser minimizado. 

Desde mediados del siglo XX, el matemático John von Neumann (1903-1957) se preguntaba: si las máquinas pensaran, ¿cuáles serían las condiciones para atribuirles algún tipo de pensamiento? Esta pregunta sigue siendo pertinente, pues nos invita a reflexionar  críticamente sobre cómo se desarrolla la IA, bajo qué principios éticos y con qué orientación política, ya que ninguna tecnología es verdaderamente apolítica.

En un mundo social, político y económicamente dividido, estas cuestiones adquieren especial complejidad. Desde la aparición de la IA y el auge de las plataformas digitales, algunos países han decidido restringir el acceso a ciertas tecnologías para impulsar sus propias alternativas. Tal es el caso de China, donde no se permite el uso de ChatGPT, desarrollado por OpenAI. Sin embargo, esto no significa que no utilicen IA, ya que hacen uso de herramientas como DeepSeek, que cumple con las mismas funciones que ChatGPT, ofreciendo respuestas supuestamente “imparciales y objetivas”. Sin embargo, es difícil concebir una verdadera neutralidad en la IA, ya que incluso el intento de mantenerse neutral implica, en sí mismo, una forma de posicionamiento político.

Un ejemplo que evidencia la imparcialidad con la que se desarrolla la IA fue reportado por BBC News, que expuso cómo el modelo DeepSeek censura determinada información. Como prueba, se le solicitó que indagara sobre las protestas acontecidas en la plaza de Tiananmen en China —la cuales fueron reprimidas por el Estado— y la IA no dio respuesta a esto, omitiendo deliberadamente la consulta. Esto demuestra el nivel de intervención del Estado en la producción de las inteligencias artificiales. Lejos de ser un accidente, demuestra que incluso en el entorno digital se reproducen mecanismos de control. Muchas veces no lo percibimos, ya sea por falta de reflexión crítica o por la comodidad que nos ofrecen estas herramientas. Sin darnos cuenta, nos sometemos como consumidores a dinámicas que limitan nuestra autonomía. 

Y es que, como lo argumentan María Del Cisne, José Romero, David Aguilera y Andrea Romero: “al facilitar respuestas instantáneas y automatizar el procesamiento de información, puede incentivar una dependencia tecnológica que disminuya la motivación de los estudiantes para el esfuerzo intelectual y la exploración autónoma”. La IA ha hecho dependientes a una gran parte de la humanidad. Vivimos inmersos en una cultura de impaciencia, en la que todo debe resolverse al instante. Zygmunt Bauman lo describe así: “El mundo del software es también un tiempo sin consecuencias. “Instantaneidad” significa una satisfacción inmediata, “en el acto”, pero también significa el agotamiento y la desaparición inmediata del Interés”. Esta lógica de inmediatez no solo transforma nuestra manera de acceder al conocimiento, sino también nuestra forma de relacionarnos con el mundo y con nosotros mismos. 

La IA proporciona esta inmediatez. Cuando se les solicita realizar una tarea, lo hace de manera rápida, generando una satisfacción inmediata. Pero ¿qué sucede con la creatividad y la satisfacción personal de producir conocimiento a partir de nuestras propias capacidades? Esta práctica puede generar una pérdida de interés por el aprendizaje y limitar nuestras ideas, bajo la falsa premisa de que todo lo que proviene de la IA es beneficioso para nuestro desarrollo intelectual. En consecuencia, el pensamiento crítico se ve afectado, y nos conduce a una forma de sumisión, credulidad e ignorancia.

Por ello, el uso de la IA debe hacerse desde una postura crítica. De lo contrario corremos el riesgo de ceder una parte fundamental de nuestra autonomía, de renunciar al pensamiento reflexivo y a la capacidad de transformar nuestro entorno. La IA, como toda creación humana, es susceptible al error, por lo tanto, debe ser objeto de constante revisión y cuestionamiento. 

Finalmente, este recorrido nos permite comprender que la IA no es neutral; está cargada de múltiples intenciones, ideologías y valores. No quiero decir que su impacto sea del todo negativo, es una herramienta útil que debe ser utilizada de manera inteligente y cuidadosa. Lo importante es no abandonar nuestra capacidad crítica.   

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