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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Mariana Montrazi
Picture of Armando Yael Arteaga Ortiz

Armando Yael Arteaga Ortiz

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 2 Erasmo Castellanos Quinto

Armando Arteaga, escritor aficionado.

Ataúd de mariposa: los peligros de aislarse

Número 6 / AGOSTO - OCTUBRE 2022

Un hombre cuida de su hermano enfermo hasta que la soledad y el hastío lo llevan a tomar una decisión impensable

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Armando Yael Arteaga Ortiz

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 2 Erasmo Castellanos Quinto

Lo fácil era fingir que me dolía, hacer que las lágrimas se vieran reales, decir un discurso lleno de palabras falsas, tomar café mientras veía su ataúd y hablar de lo bueno que fue en vida. Lo difícil pasó la noche del 23 de diciembre, quería creer que no era cierto, que ese pensamiento no era mío, pero ya no soportaba un día más viviendo en esa maldita casa, su quejido permanente recorría cada pasillo y me mantenía despierto por las madrugadas; él requería atención constante y yo solo quería volver a vivir.

Después de la muerte de mis padres solo yo podía cuidar de él, era el único familiar vivo que me quedaba.

El cambio fue gradual, todo empezó cuando me mudé a la casa de mi padre al acabar el papeleo de su herencia, nada parecía ser tan difícil a pesar del hueco que deja quedarse huérfano; pero todo se desmoronó poco a poco, primero dejé de salir, cancelaba los planes con mis amigos, las comidas, las citas con mi novia, las reuniones de trabajo; pronto conseguí un empleo en línea que me permitía estar con él mucho más tiempo, también empecé a pedir comida a domicilio, ropa, servicios, casi sin quererlo me sentencié a la soledad. No recuerdo cuándo dejé de pasear al perro, o de ir al gimnasio, las cosas simples en el exterior parecían grandes, llenas de emoción, el simple hecho de salir a la farmacia me ponía alegre como un perro que es llevado al parque. Terminé con mi novia porque a sus ojos me estaba enterrando vivo… tal vez tenía razón.

Mi casa se transformó en una fortaleza de soledad, compré un par de pesas, una consola de videojuegos, un proyector de películas, cualquier cosa que me pudiera distraer del hecho de que ni siquiera me di cuenta cuando dejé de estar vivo.

Todos los días tenía la misma rutina: me levantaba a las cuatro de la mañana para poder evitar sus quejidos al otro lado de la casa, preparaba un café para mí y papilla para él, hacía curaciones para las heridas que le dejaban las sábanas, lo vestía y le daba de comer; por la tarde, hacía ejercicio, trabajaba y atendía cualquier herida que él se pudiera hacer en su cuarto.

Hablábamos poco, porque apenas y lo conocía, a pesar de ser mi hermano menor nunca fuimos amigos, él nunca se interesó en mí, ni yo en él, pese a todo lo amaba, lo quería como se quiere a un hermano, por eso me partía el alma que no pudiera salir a jugar o a caminar sin que terminara lesionado, me lastimaba que no pudiera ayudarlo, cada visita al médico esperaba que regresara mejor, que pudiera correr sin miedo a que llorara de dolor; tal vez por eso lo hice…

El invierno siempre era la época más dura del año, el simple roce del aire era como si estuviera en el noveno círculo del infierno. Recuerdo que a veces lo escuchaba llorar por las noches y rezar por morir, nunca podría saber qué era lo que sentía, pero no se lo desearía a nadie.

La primera vez que pensé en huir llevaba tres años de vivir con él y no ver la luz del día, se acercaba navidad, todos mis amigos me habían invitado a fiestas y reuniones, ni siquiera abrí los mensajes, me llenaba de vergüenza la persona en la que me había convertido, lloraba cada noche porque me sentía vacío y solo, miraba al techo pensando que pasé mis mejores años entre los excesos y la vida rápida, ahora no tenía a nadie y la única persona que me acompañaba no podía salir a la calle sin sentir dolor.

Las personas me juzgarán después de leer esto, probablemente se hablará del monstruo en el que me convertí, ese 23 de diciembre toqué fondo. Eran las seis de la tarde cuando llegó a mí la voz del malvado, la tentación se sentó junto a mí y me susurró al oído lo que tenía que hacer, el ángel que me guardaba del mal me dejó desprotegido.

Todos los días, a las ocho de la noche, cenábamos, yo me preparaba algo y a él le daba cualquier cosa que pudiera digerir procurando no ser repetitivo; mi mano derecha cometió el crimen, antes de terminar de licuar la papilla de calabaza con chayote tomé un poco de wasabi y lo revolví, nadie podría haber visto la trampa. Entré a su cuarto con la esperanza de que no estuviera despierto, pero sí lo estaba, le di el pequeño plato y antes de irme me tomó del brazo.

–Te quiero hermano –dijo como si supiera lo que hice.

–Te amo –respondí y una lágrima corrió por mi rostro.

Sabía lo que pasaría, así que puse una canción a todo volumen en mi cuarto, aún con el estruendo escuche cómo empezó a toser y gritar, yo estaba llorando en la habitación de al lado mientras escuchaba cómo golpeaba la puerta y sus gritos eran ahogados por la sangre que corría por su garganta. La música, de alguna forma extraña, potenciaba su dolor, su grito era cada vez más fuerte sin importar el ruido que hiciera para no escucharlo.

Cuando el ruido cesó aún reverberaba en las paredes el “ayúdame” que intentaba pronunciar, entonces corrí a verlo, pero ya estaba muerto, los trozos de su piel por todo el lugar y su cuerpo tirado en el suelo lo decía todo. Llamé al hospital, tiré el arma homicida en forma de comida y me quedé sentado junto a su cadáver. Cuando llegó la ambulancia mis lágrimas se habían secado y la maldad había vuelto a esconderse dejando que mi conciencia me atormentara.

Según el acta de defunción murió de un paro cardiaco, la adrenalina del momento, sus nulas fuerzas para luchar y su inusual condición fueron la combinación que acabó con su vida, pero yo sé que murió a manos de un instante de debilidad, de un pequeño hueco en la moral situada en la mente de su hermano, murió por soledad, murió por el hastío, murió como una mariposa atrapada por una araña, sus alas se quebraron antes de volar.

La maldad está dormida, la araña se sienta frente al ataúd de la mariposa con un café en la mano y llora, llora porque amaba a la mariposa, pero más que eso, llora porque la maldad se ha ido dejándola sola … Viuda negra.

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Ataúd de mariposa: los peligros de aislarse

Una respuesta

  1. Wow, excelente texto. A pesar que desde el inicio vas averiguando lo que pasó es atrapante, se siente la desesperación y los resultados de un encierro.

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