Facultad de Filosofía y Letras
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Esmeralda se acercó para ver lo que Ignacio traía de comer en su loncherita. Se encontró con el vacío, así como el estómago de su amigo. Ese día tampoco llevó nada de comer. Para el pequeño Ignacio era común ver a sus compañeros disfrutar sus almuerzos, desde el más sencillo huevo con jamón, hasta los platillos de lujo, como pizzas y tortas recién compradas. En su loncherita había lo mismo de todos los días, aire.
Ignacio se acordó de lo que su maestra dijo: “La imaginación es tan poderosa que, si se esfuerzan un poco más, podrán convertir todo aquello que piensen en realidad”. Estas palabras fueron luz para Ignacio, pues en ese momento, tenía que hacer algo con su hambre. Así que tomó su lápiz y mientras todos disfrutaban de sus almuerzos, dibujó y coloreó.
Esmeralda miró con asombro lo que su compañero plasmó en su cuaderno. Apareció repentinamente una bandeja plástica con pollo rostizado en su interior, un pastel cubierto de fino chocolate, y, por supuesto, una Coca-Cola bien fría. Nadie podía creer lo que estaba sucediendo, ninguno de los niños en el salón de clase, ni la propia Esmeralda.
La maestra regresó tras una larga salida a la dirección. Su asombro al ver a Ignacio y lo que estaba haciendo fue tal que le dio la reprimenda de su vida. Entre carcajadas de sus compañeros y los gritos de la maestra, Ignacio cayó de la nube de su imaginación. Tuvo que contener el llanto y tragarse hasta el último bocado de la hoja de papel, que hasta hace unos minutos era pollo y Coca-Cola.
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