Escuela Nacional Preparatoria plantel 9
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Para muchos de nosotros, las religiones cristianas son más que una institución: son una pieza clave en la formación de nuestros valores y en nuestra manera de percibir el mundo. Pero, ¿realmente somos criteriosos con las convicciones que adoptamos a partir de estas? ¿Realmente son nuestros esos valores y creencias, o solo nos hemos dormido en el hábito de creer lo que nos han inculcado?
Personalmente, al llegar a la adolescencia comencé a cuestionarme todo lo anterior. Yo crecí asistiendo a la iglesia mormona con mi abuela, y fue en esa etapa cuando me di cuenta de que ciertas conductas normalizadas dentro de la iglesia resultaban muy cuestionables. Algunas incitaban al odio, como pasa con la postura hacia la homosexualidad, o la idea de ser el único pueblo elegido por Dios para salvarse. Otras ponían en riesgo la integridad de sus miembros o su salud mental, como el matrimonio desde muy jóvenes (entre los diecinueve y veintiún años) y ciertas actitudes machistas: enseñar a las mujeres que no deben rechazar a un hombre que las cortejea para no hacerlo sentir mal, o que deben casarse no con quien aman, sino con quien cumpla los estándares de la iglesia.
Esto hizo que dejara de sentir que encajaba en ese entorno. No era por escuchar cómo constantemente se enseñaba que quien cuestiona la “palabra de Dios”, no podría acceder a sus bendiciones ni ir al cielo; también era por el rechazo de personas que me rodeaban y que tanto quería, pero; y sobre todo, por la indiferencia de quienes habían crecido viendo a la iglesia como un dictamen moral y no se molestaban en cuestionarla. Es decir, dejé de sentir que pertenecía a una de las comunidades más importantes en mi vida.
Comencé a reflexionar sobre las creencias judeocristianas en general y me di cuenta de que, a veces, olvidamos que se basan en libros escritos hace siglos, e incluso milenios. Libros, que se nos olvida que no tienen la solución a muchos de nuestros problemas contemporáneos. Por lo que debemos confiar en nuestros valores y usar nuestro criterio para encontrar la solución más óptima, no solo pensando en nosotros sino también en aquellos a quienes afectamos. Además, las escrituras que leemos están sujetas a interpretación. Para empezar, han pasado por múltiples procesos de traducción, y no son manuales de normas explícitas y detalladas, contienen historias fantásticas. Las normas que adoptamos surgen de la interpretación de esas historias, por lo que es completamente válido interpretarlas desde una perspectiva distinta a la tradicional.
Cuestionar la forma en que se nos ha enseñado a interpretar la “palabra de Dios” también es fundamental para adaptarnos a los cambios de esta era. El papel de las religiones occidentales ha cambiado dentro de una sociedad capitalista. Ahora, por ejemplo, la riqueza económica suele interpretarse como una bendición de Dios hacia sus más fieles seguidores. Esto ha provocado transformaciones en los valores aceptados por muchas comunidades cristianas: hoy es bien visto que la mujer estudie y trabaje, porque así contribuye a la prosperidad material de su familia. Este tipo de transformaciones demuestra que el cambio es parte natural de la evolución y que, con el tiempo, puede ser aceptado. Aunque cueste creerlo, las instituciones cristianos han atravesado cambios importantes a lo largo de los siglos. Muchos de los valores que hoy consideramos “tradicionales” fueron, en su momento, adaptaciones a nuevas circunstancias.
Además, según el sociólogo Bernardo Barranco, algunos líderes (refiriéndose a aquellos de la iglesia católica) suelen optar por posiciones conservadoras debido al miedo de que poner a su iglesia en un punto más terrenal, para adaptarla a nuestros tiempos, conlleve a blasfemias, como lo son el abuso sexual por parte de los cardenales. Esto explica la resistencia al cambio no solo de la iglesia católica, sino de las diversas Iglesias judeocristianas, lo que refuerza la idea de que forjarnos un criterio propio nos permite ser realmente mejores personas, al permitirnos ciertas concesiones que nos hagan sentir libres y plenos, sin hacerle daño a los demás.
Con todo lo anterior, no pretendo decir que las instituciones cristianas son malas. Todo lo contrario: hablando desde mi experiencia personal, la iglesia mormona ha sido un lugar fundamental para mi desarrollo. Me impulsa todos los días a ser mejor persona, a cuidar de mí y, sobre todo, de quienes me rodean. Personalmente creo que ninguna postura extremista respecto a la religión es positiva. No debemos creer ciegamente todo lo que se nos dice solo porque se presenta como la “palabra de Dios”, pero tampoco debemos romper por completo con nuestra religión por no estar de acuerdo con algunas de sus normas. Lo más valioso es poder ver tanto lo positivo como lo negativo con amor y apreciación. Solo así podemos cuidar de nosotros mismos y crecer como personas.
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